3.¡Cómo enriqueces, cómo me enriqueces!
Estaban algunos de los más ricos de Italia
y yo dije: "estoy a su servicio",
y pensaron: "es más rico que nosotros".
Olimpia albergó al más grande de los dioses,
Éfeso a Artemisa criselefantina,
yo tengo un teléfono y llamo a este número
y tú contestas y dices: "soy yo".
16.Digan lo que digan de Heliogábalo,
de Mesalina, de Margarita de Navarra,
son invenciones, y todavía no son más
que la sola verdad de sus nombres.
De ti dirán en cambio que ibas a la escuela
y después volvías a casa a hacer los deberes:
alguien tendrá que contar tus milagros.
Por ejemplo la vez en el Ostiense
que llegaste al Correo después de hora
y todo el personal salió cantando
a suplicarte que dejaras la carta,
y después se pusieron a rodar entre las flores
comiendo peonías bajo Scanderberg,
mientras los carteros se lanzaban a volar
con los ojos desorbitados de placer.
O en Fiumicino cuando seis DC8
al saber que te dolía un diente
hicieron una ronda tan ensordecedora
que los peces se asomaban erectos en el mar
y de lo alto caían analgésicos
nebulizados a través de los reactores.
O la vez en Lubriano que tuviste sed
y al instante surgieron tres manantiales de la piedra,
o aquel regreso por la Autostrada del Sole
cuando todos los autos se apartaban
a la línea amarilla de emergencia
para no molestarte, porque dormías.
Recuerdo aquella noche en Laterano
cuando los doce apóstoles de la Basílica
blancos y teatrales delante de los reflectores
se movieron y te señalaron con el dedo
a ti que corrías por la plaza con el perro,
y también una vez que te siguió un tranvía
enamorado, fuera de los rieles.
Y no has dejado de esparcir prodigios;
subviertes, es verdad, el orden natural
pero he esperado tanto que alguien lo subvirtiera.
1973
Poemas de Juan Rodolfo Wilcock (Argentina, 1919 - Italia, 1978), del libro Italienisches Liederbuch, 34 poemas de amor (Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2010; traducción del italiano de Guillermo Piro)